Hay personas que viven frustradas
¿Tienen solución?
Isabel Rejano
3/1/20245 min read


La intolerancia a la frustración es la incapacidad o dificultad para enfrentarse a un evento adverso de nuestra actividad cotidiana. Es una sensación negativa evidenciada por la escasa capacidad para adaptarse a los cambios y/o para aceptar la realidad tal y como es. La intolerancia o la baja tolerancia a la frustración es muy común pero afecta a cada persona de forma diferente. El problema importante surge cuando nuestras reacciones a lo que nos frustra generan en nosotros un malestar exagerado, alejándonos de conseguir nuestra meta.
Ejemplos de situaciones cotidianas que suelen causar frustración: estás en el supermercado, la fila para pagar es muy larga y te sientes frustrado porque tienes prisa y te vas a retrasar. O cuando tienes una carga excesiva de trabajo y te frustras porque la tarea parece eterna. También cuando estás atrapado en un atasco de tráfico, incapaz de poder llegar a tu destino con más premura. La frustración también puede surgir en las relaciones personales, por ejemplo, cuando sientes que tu pareja no te está escuchando o no está entendiendo. O cuando estás siguiendo una dieta, pero no ves ningún cambio significativo en tu cuerpo.
En sentido amplio, un factor que habitualmente pueden causar frustración es la percepción de falta de control sobre nuestras vidas: cuando sentimos que no controlamos una situación, ya sea en el trabajo, en casa o en nuestras relaciones personales; Esta sensación de impotencia puede ser agobiante y provocar sentimientos de ira. Otro factor común que causa frustración es la falta de progreso hacia nuestras metas; Todos tenemos aspiraciones y podemos frustrarnos al ver que no las llegamos a alcanzar. La frustración también puede surgir de la comparación social, ya que vivimos en un ambiente donde constantemente nos comparamos con los demás y, cuando sentimos que no estamos a su altura, ya sea en términos de éxito, apariencia o estatus, podemos frustrarnos. También, la frustración puede venir causada por la falta de reconocimiento o aprecio, porque a todos nos gusta sentirnos valorados y, cuando sentimos que nuestros esfuerzos no son bien considerados, puede ser muy frustrante.
Existen varios factores que pueden contribuir a la intolerancia a la frustración. Uno de ellos es el temperamento, que diferencia a los individuos en sus habilidades innatas. Por ejemplo, algunas personas pueden tener un temperamento más reactivo, lo que significa que pueden ser más sensibles a los eventos negativos y, por lo tanto, más propensas a la frustración. También pueden influir las condiciones sociales y culturales de su entorno, por ejemplo, si una persona crece en un ambiente donde se valora la perfección y no se permite el fracaso, puede desarrollar una baja tolerancia a la frustración. Importan también los factores personales, caso de las personas más cuadriculadas, más obstinadas o con un sentido de la ambición más marcado, que presentarán una mayor intolerancia a la frustración, sobre todo cuando tienen altas expectativas sobre sí mismas y estas no se ven cumplidas. También, las personas con un locus de control externo tienen menos tolerancia a la frustración que las personas con locus de control interno y esto es debido a que los primeros creen que los eventos en sus vidas son el resultado de factores externos y fuera de su control, lo que puede llevar a sentimientos de impotencia y frustración. También contribuyen a exacerbar la frustración las creencias irracionales y la inmadurez cognitiva: es el caso de los niños, que pueden tener dificultades para manejar la frustración simplemente porque aún están aprendiendo cómo hacerlo.
La intolerancia a la frustración puede causar problemas importantes en varios aspectos de la vida de una persona. Uno de los más comunes es el estrés, que puede manifestarse mediante irritabilidad, dificultad para concentrarse y problemas físicos, como dolores de cabeza o de sueño. Además, La intolerancia a la frustración puede llevar a una persona a preocuparse excesivamente por el futuro y a temer que las cosas no salgan como espera, lo que puede conllevar un ciclo de ansiedad, donde la preocupación por la frustración futura lleva a más frustración, lo que a su vez lleva a más ansiedad… La depresión también puede ser un problema: si una persona se siente constantemente frustrada y no puede manejar esa frustración, puede comenzar a sentirse desesperanzada y deprimida y puede empezar a creer que no tiene la capacidad de cambiar su situación. Las personas con baja tolerancia a la frustración también pueden tener dificultades para manejar conflictos y pueden reaccionar de manera exagerada a las pequeñas contrariedades de la vida. Esto puede llevar acarrear conflictos con amigos, familiares y compañeros de trabajo y puede dificultar que esa persona pueda mantener relaciones satisfactorias. Adicionalmente, si una persona se siente constantemente frustrada y no puede controlar esa frustración, puede empezar a creer que es incapaz o inadaptada, lo que le provocaría una baja autoestima y una autoimagen negativa. Además, la intolerancia a la frustración puede llevar a evitar emprender tareas o proyectos: si una persona teme la frustración que podría venir tras un fracaso, tratará de evitar afrontar aventuras nuevas o arriesgadas, lo que puede limitar su crecimiento personal y profesional y provocar una insatisfacción vital.
Un psicólogo abordaría la intolerancia a la frustración desde varias perspectivas y emplearía diversas técnicas y estrategias para ayudar a su paciente a manejarla de manera más efectiva, a menudo ocupándose simultáneamente de múltiples aspectos. Primero, es importante que la persona reconozca y acepte su frustración. La frustración es una emoción natural que todos experimentamos en algún momento. Sin embargo, como hemos dicho, cuando la frustración se convierte en algo que nos impide funcionar o disfrutar de la vida, se convierte en un problema. Una vez que esa persona ha reconocido su frustración, el psicólogo puede enseñarla varias técnicas para manejarla. Una de estas técnicas es la autoverbalización significativa, que consiste en usar palabras y frases para ayudar a cambiar los pensamientos negativos que provocarían frustración. Por ejemplo, en lugar de pensar "nunca podré hacer esto", la persona podría decirse a sí misma "esto es difícil, pero puedo aprender y mejorar con el tiempo". Otra técnica que puede ser útil es la técnica del zig-zag, que trata de cultivar la paciencia y la constancia y puede ser especialmente útil en personas que tienen un pensamiento dicotómico, es decir, que ven las cosas en términos de blanco y negro o de éxito y fracaso. Esta técnica ayuda a la persona a comprender que hay muchos matices y grados de éxito, y que cada paso hacia una meta, por pequeño que sea, es un logro en sí mismo. Además de estas técnicas, el psicólogo también puede enseñar a su paciente a practicar la respiración profunda y la meditación, lo que pueden ayudar a calmar mente y cuerpo, mejorando su actitud ante la frustración. Finalmente, el psicólogo puede trabajar las habilidades de comunicación asertiva, que puede ayudar a esa persona a expresar sus necesidades y deseos de una manera respetuosa, tanto con los demás como consigo mismo. Todo este proceso puede llevar su tiempo, pero con paciencia y práctica, la persona puede aprender a mitigar la problemática de su tendencia a la frustración.
Isabel Rejano
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